La humana envoltura es paisaje donde se conjugan el cielo y el infierno, volviéndose, así, escenario de cada historia. Tan inquietantes las alturas como las profundidades, deviene en arte el aprender a vislumbrar la línea media y, dese allí, trazar, paso a paso, la senda. Ni bueno ni malo. Como el árbol que, enterrando sus raíces, busca la negrura de lo hondo para dar arraigo y sustento a esa parte de sí que intuye la gloria del espíritu, tal, se planta la humana criatura en este mundo, en esta tierra, emergiendo desde las ardientes bases, y no hay juicio en ello. Y es, el núcleo, cordial arco y caldero de la alquimia donde rojo y azul se funden e integran para dar a la luz el indefinible color de la esencia de la Vida.








Se mecen, como en ensueño, 
vivos destellos de oro 
sobre el bronce sereno de las aguas. 
Atardece 
y en el aire crepuscular 
se siente, 
se huele, 
se palpa 
la blandura de las sombras que suaviza contornos. 
Una bandada de aves ha surcado lo alto en alas del silencio. 
Mientras el eco de la voz del tiempo 
va soplando arena 
sobre los ojos…




Vestida de púrpura y oro,

en estas alas que abrazan 

me envuelvo, 

mientras vuelo a trasponer 

el umbral de fuego, 

que es fin y principio de todo.

En la fragua del Espíritu que aúna

me consumo y,

desde mis despojos,

regreso a la vida,

renovada en un canto prístino

que belleza derrama.

Serán mis lágrimas

alimento del caído.

Será el cristalino rocío

sustancia

para mi alma.





Vibra el alma en la cuerda que soy y, en su resonancia, 
libera la melodía de la vida. 
De frágil montura y pasión bravía, 
forjado es este templo donde mora la Bella, 
divina arquitectura por el espíritu mismo modelada.




Guárdame en tus alas, 
Tú, que vuelas hacia el Gran Espíritu. 
Vuélveme azul 
como los sueños que nunca mueren. 
Sé que, hacia lo alto, 
se desvanece tu silueta 
para convertirse en esencia pura. 
Lleva contigo, entonces, 
este asombro mío 
y tíñelo 
de tu color, Alma




Es esa hora justa en que se desatan los murmullos del ocaso. Todavía, algunas rezagadas hebras de luz tiñen el rostro amable de aquel olmo y en la transparencia esmeralda de sus generosas manos se brinda y derrama la armonía en clave de sol. Debajo de la apretada manta umbría de un caprichoso corro de abetos, indaga, hambriento y curioso, un puñado de horneros en busca de su temprano bocado, mientras al aire se eleva, como una inquietante sinfonía, la estridencia sonora de encendidos zorzales, dando la bienvenida a las primeras sombras... Al amparo de un viejo banco de madera, vestida su piel de líquenes y musgos, resabios de las lluvias de pasados eneros, se ha arremolinado estoicamente un viejo gato sin ganas ya de seguir camino.
La calma, el recogimiento, me devuelven a un espacio íntimo, sagrado y, en extasiado silencio, escucho, desde el alma, acallarse los cobrizos resplandores de un suspiro que se desvanece lento...