Paridos en un Acto de Amor Puro, el Primer Pensamiento nos dio nombre y fuimos. Con el mismo propósito que guarda el oro templándose en la fragua, caímos en el sopor de un mundo con fronteras. Al amparo de la experiencia, recortamos sombras sobre luces y, porque hubo la sal estriada del dolor, conocimos el delicado matiz de la mar de una caricia. Cada día con su noche, nos acercó un poco más a la hondura negra de un abismo sin medidas. Allí nos perdimos. Allí nos ensuciamos, nos olvidamos del rugir inconfundible del Espíritu. Y fueron perfectos el modo, los tiempos y las formas que sembró la Ilusión en nuestro curso para magnificar el latir profundo de la conciencia, pulsando por volver al Cauce del Único Origen. Sólo hasta entonces, una estatura desconocida se irguió desde dentro, alzándonos del fango rumbo a las Altas Cumbres, donde susurran los Ecos la Verdad hecha Verbo y se oyó, en cada confín de la infinitud de la Mente, la voz clara y contundente de la Criatura Humana proclamando, desde la sensible carne vibrante, la Realeza de su Estirpe.





Hay un decir inaudible, un diálogo unificado, una fusión cristalina cuando los humanos, desde su centro cordial, se abren en un simbólico abrazo. Y en esa cercanía de corazones pulsando, el soplo que alimenta y nutre de vida a cada criatura se expande abarcándolo todo, trasponiendo la ilusión que nos muestra fragmentados.
¿Acaso no es desde la conciencia clara de que la existencia es Una por Esencia desde donde se trasponen las lindes que los credos establecen y se superan y trascienden las diferencias que han puesto al hombre tras las propias rejas forjadas?

Un rincón, en un patio de alguna entrañable casona impregnada de aromas y matices, de luces cálidas y auspiciosas. La simpleza desplegada en la charla franca y amable. De pronto, el silencio se instaura desde la escucha atenta y sensible. Y un destello del Alma madura en Poesía y vuelve eterna la fugacidad del instante en que las palabras se echan a vuelo... como mariposas.




Casi las 2:30 de la madrugada. La ciudad se ha adormecido y, con ella, el ajetreo frenético de las calles y su tránsito y su marejada humana distraída del pulso vital de la Naturaleza, demasiado atenta a lo superfluo. En solitario, por el ventanal del balcón, llego hasta el cielo y, en su negrura infinita, sacio mi sed inextinguible de universos. En lo alto, hacia el Este y ante mis ojos, el resplandor de un grupo inconfundible de estrellas dibuja en mi mente la silueta de un hombre mítico, Orión, El Cazador. Caigo en profunda contemplación e, inevitablemente, vuelvo hacia atrás en el tiempo. Ahora, visto la piel del primer hombre, de la primera mujer, en alma y cuerpo ante la primera noche, oteando la frontera insondable del mayor de los abismos. Se entabla un diálogo conmovedor e íntimo...

"Soy éste que se piensa. Aquí estoy y, así, te ofrezco todas mis preguntas. Dime... ¿dónde he de buscar la morada de todas las respuestas...?
Por toda contestación, la elocuencia del silencio.

El parpadeo de Aldebarán, el Ojo del Toro, y una repentina ráfaga de brisa fresca me traen, de nuevo, al tórrido presente de los aires rosarinos. No hay palabras, sólo este instante pleno en la conciencia.

Un bostezo y a la cama, en sosiego




Reparar en que, más allá de nuestra piel, hay una realidad ampliada que abarca, no sólo nuestro poblado o ciudad dentro de una porción de continente entre las grandes aguas, sino también un cuerpo mayor de dimensiones fabulosas, gravitando en la negrura del espacio inconmensurable, en compañía de otros cuerpos vivos, hace que trascendamos nuestras pequeñas cotidianeidades y ganemos suficiente perspectiva para contemplar la maravilla de la Creación manifestada.