La palabra llega viva cuando el oído interno se abre en disposición a escuchar con el corazón. Por pronunciarse sin preferencias, fluye, la Vida, en la boca del poeta y del místico tanto como pulsa en la de cualquiera, en la de todos, aún escondida en la voz del duro, del superficial, del indiferente, todavía, en la del que arrastra la intolerancia, del que ventila lo trivial, del que aúlla el dolor…

Quien cree hallar sólo a algunas de ellas vivificantes, muertas a las demás en sus propias cunas, está condicionando su escucha, oyendo a medias, plantándose en el umbral de la puerta, sin entrar hasta el núcleo de la casa, donde arde el leño en la hoguera, es olvidar los infinitos perfiles de la Maestría saludando desde cada rincón del camino común, es privarse del eco inconfundible del Alma vibrando, en cada cuerda humana, el Amor.