Son de los niños las alas 
con que se alcanza 
la estrella 
más bella, 
aquella 
allende la voluntad 
del adulto más pintado.

Son de los niños las manos
con que se amasan
los sueños
sin dueños,
pequeños
universos magníficos 
que el adulto no conquista.

Son de los niños los trinos
con que se tejen
sus risas
sin prisas,
con brisas
que acarician realidades 
que el adulto no vislumbra.

Son de los niños los ojos
con que se espeja
el brillo,
un grillo,
diablillo
que le hace cosquilla al adulto
escondido tras sus miedos.

Ay, del adulto dormido
que, entre las sombras,
sumido,
perdido,
hundido,
ya no recuerda al niño 
que, aún, habita su jardín interno...





Voy a remontar el camino de un grano de arena 
por volver a la montaña 
y pararme en su cima.

Voy a sentarme en el cauce dormido de un río seco 
y dejarme llevar por sus corrientes 
hacia donde fluye la vida.

Voy a atrapar esa hoja al viento 
para viajar en ella 
hasta la verde fronda de mis anhelos.

Voy a volver, uno a uno, tras mis pasos, 
atravesando el umbral acuoso y tibio, 
para ser esencia 
en la hoja, 
en el río, 
en la montaña...




Sentado a un lado del mundo, allí donde no caben más que los delicados reflejos sutilmente aromados que emana tu presencia, te miro en silencio. Clara, blanda, mágica tu silueta recortada en el resplandor tibio de la tarde. Te aspiro como a la brisa y me voy lejos, muy lejos perdido en el ensueño de tu sonrisa franca y amable. Hay un brillo particular en tus ojos que guardan el sol de todos los amaneceres y el cielo. Hasta el suave viento ha quedado perplejo ante ti al escuchar tu voz cantar el melodioso susurro de esas misteriosas palabras murmuradas por lo bajo, en secreto, entre risas sofocadas. Y son mi deleite, diligentes y llenas de gracia, esas manos tuyas desplegadas al aire, jugando con las hojas del ceibo que corona tu blancura desangrándose. No es necesario más para morir renaciendo eternamente al espacio infinito de tu alma.

No me ves… y te veo.




Arde el vientre del cielo. 
Lejanas en el horizonte, 
dos amantes siluetas fundidas se desvanecen 
como un flamígero rayo en las fauces de la noche
y es su furtivo trazo una apasionada rúbrica 
incendiando el abismo 
de la negrura...




Verdes praderas, siempre primavera. En danza eterna, Vida, trocas, tiñes, truenas tu paleta de acuarelas impecables y salpicas sueños siderales, como caricias, a la tierra. Amor es la cifra que sumas en la inagotable cuenta de los días y las noches y los nuevos días y es, tu silenciosa melodía, brisa de los permanentes devenires. No hubo ni habrá poeta alguno que atrape tu esencia en sus rimas por ser, tú, indefiniblemente simple, escurriéndote entre los suspiros y afanes de su pluma. 
Al torrente inextinguible que es tu insondable cauce, gustosa me entrego y me vuelvo una contigo en tus manos vibrantes.