Paridos en un Acto de Amor Puro, el Primer Pensamiento nos dio nombre y fuimos. Con el mismo propósito que guarda el oro templándose en la fragua, caímos en el sopor de un mundo con fronteras. Al amparo de la experiencia, recortamos sombras sobre luces y, porque hubo la sal estriada del dolor, conocimos el delicado matiz de la mar de una caricia. Cada día con su noche, nos acercó un poco más a la hondura negra de un abismo sin medidas. Allí nos perdimos. Allí nos ensuciamos, nos olvidamos del rugir inconfundible del Espíritu. Y fueron perfectos el modo, los tiempos y las formas que sembró la Ilusión en nuestro curso para magnificar el latir profundo de la conciencia, pulsando por volver al Cauce del Único Origen. Sólo hasta entonces, una estatura desconocida se irguió desde dentro, alzándonos del fango rumbo a las Altas Cumbres, donde susurran los Ecos la Verdad hecha Verbo y se oyó, en cada confín de la infinitud de la Mente, la voz clara y contundente de la Criatura Humana proclamando, desde la sensible carne vibrante, la Realeza de su Estirpe.





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