Se fundía en la espesa negrura el horizonte. Una obscuridad abigarrada fue el marco de su despunte encendido, emergiendo de entre las nocturnas aguas al rojo vivo. Un par de pescadores próximos a mí detuvieron su ameno diálogo y, dando paso al silencio, se oyó irrumpir un "¡oh...!" que vibró, en alas de la brisa costera, como el canto apasionado del hombre rendido de admiración ante su magnífica presencia.
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