Hay, en la dinámica humana, cuestiones que, desde la razón, no llegan a comprenderse... Hay lazos tan sutiles como indelebles que sostienen y nutren el contacto, aún cuando dos personas, por algún motivo, no comparten la proximidad física. Están los que se aventuran a entrar en terrenos de tecnicismos místicos en el afán de definir y explicar un acontecimiento vital que, mayormente, no necesita de palabras para ser. Hay afinidades impostergables, inquebrantables, inolvidables entre esas expresiones del Espíritu que son las almas. Hay travesías compartidas desde el preciso momento en que, desprendiéndose como gotas de la Fuente inextinguible de la que proceden, abrazan las formas para experimentar la conciencia desde la materia. Desde entonces, caminan juntas. Y digo "desde" porque, para jugar este Juego, a veces doloroso, a veces glorioso, pero siempre enriquecedor, se montan en la cuerda del Tiempo que besa el párpado de la Conciencia Pura dando origen a la Ilusión. 
Desde entonces se buscan en sus pasos sobre esta tierra, en este mundo para bailar la más bella danza hecha poesía.




La imaginación del hombre encuentra su apoyo y sustento en la desbordante paleta acuarelada de la realidad y es en un punto en donde ambas se funden de modo inseparable, indistinguible. Un espacio atemporal, un tiempo infinito, un canal de parto que es umbral y pasaje de la vida a la muerte y nuevamente a la vida. 
Desde esa región, procede la fantasía y hacia allí retorna luego de sembrar increíbles universos...




Fuente de Vida, 
AGUA
TIERRA
AIRE
FUEGO


Prima Vera penetra la esencia de cada elemento despertando la tierra sumida en el sueño de la simiente, insuflando los rescoldos de las hogueras de frías noches invernales, derramando cada gota contenida en los cristales de las cumbres ateridas, agitando la brisa que esparce aromas y templanzas como colores en el lienzo del artista.









En medio, por encima y abajo, a los lados, delante y detrás, la vida todo lo contiene, a través de todo se revela y penetra íntimamente en cada una de sus criaturas, palpitante. Ahora mismo, tu corazón late sincronizado con su pulso. Estás vivo porque sos la vida, indestructible. Y aún cuando, llegado el momento, tu centro cordial ceda su ritmo habiendo alcanzado la orilla de su proceso, seguirás viviendo en la luz, por la luz, siendo luz.




Constelando en las ateridas ramas de un viejo olmo, resplandecen en la noche fría y oscura. 
La marea ajetreada de una multitud sonámbula pasa a su lado sin reparar en la escena que está teniendo lugar. Detengo mi caminata por un momento y, de pie ante su presencia, en paz permanezco acompañándolas, conmovida. Está ocurriendo, así, tan simple, el encuentro de dos destellos de la Consciencia reflejados en las cristalinas aguas del Río que la Vida es. Hay emoción como un pájaro posado con sus alas desplegadas en el centro de mi pecho; hay gratitud... Cierro los ojos unos breves instantes para vislumbrar sus otras caras, las que se revelan sólo a mi mirada interna. Me están contemplando, me están susurrando el canto magnífico de la existencia que sabe amoroso, cálido, íntimo. Vuelvo la vista a ellas y extiendo mi mano para acariciarlas sellando el contacto. No hay momento, pienso, que guarde tanta magia como el del encuentro sincero de corazones que palpitan.

Un último roce de mis dedos, en sus mejillas, una sonrisa plena como sencilla ofrenda y retomo el rumbo hacia todos los destinos. Siete pasos doy y, sin poder, sin querer evitarlo, volteo una última vez a verlas. Recogidas en su propio encanto, se elevan silenciosas soñando el cielo.




Una manada de ellas trashuma en silencio por el corredor altísimo de un azul impecable. Lento avanzan y sin pausa, recordándole a quien presta su mirada que es el devenir sustancia de la existencia, que es esquiva la permanencia del hombre sobre la tierra, que sólo perdura perfecta en sí misma la Primera Causa. Hijas purísimas del Aire, pacen en la vastedad casi infinita de la celeste llanura como resplandecientes vacas sagradas. Y es su altar y su morada el seno mismo de la Creación imperturbable.




Me ha prestado sus ojos la melancolía. Me ha invitado a asomarme por ellos. Dudé un momento, pero, ya que lánguida insistiera, accedí a ver la vida desde su deriva. 
Acaso jamás sospechara tanto dolor... Eran dos luceros, caídos al mar de la tristeza, de una dulce niña que, sin consuelo, llorara sobre el blanco papel manchado ahora de tinta. Y decía la letra que aún se dejaba leer:

"... Ya no regreso.
No me extrañes. ¡Vive!
Adiós en este beso..."




Confías tu mansa carne de luz 
al torrente anochecido 
y, en él,
besas al hombre 
que tras silentes sombras te contempla, 
enamorado de la quimera de tu tersura, 
de tu blancura, 
de tu pureza...




A pesar del espeso manto de nubes que cubre el cielo sobre el horizonte y parte de la cúpula, apuro la marcha. Algo me dice que, con todo, no será esquiva a mi seducida mirada. Las calles se ven desnudas de la muchedumbre que habitualmente las colma. El frío intenso ha acobardado voluntades, las ha puesto tras las puertas, al amparo de algún radiador, de alguna hoguera. Un silencio reverencial crece en mí a medida que me acerco a las Grandes Aguas. Me detengo junto a la orilla del río. Con mi vista fija en lo alto escudriño buscando referentes: sobre el oeste y por encima de unas gruesas hilachas azuladas recortadas contra los últimos cobres del crepúsculo, distingo a Venus; para esta misma hora respecto de hace unos siete día atrás, se hace notorio su ascenso y desplazamiento alejándose cada vez más de las luces del poniente. Mucho más elevado y hacia la izquierda del lucero, está Saturno. Adar, Alpha Centauri y la Cruz del Sur van haciéndose visibles por entre los apretados nubarrones que comienzan a desgarrarse ante los primeros fulgores blanquecinos que ya la anticipan... Intento algunas tomas. La brisa gélida desde el Paraná irrumpe mordisqueando mis dedos que van perdiendo sensibilidad al roce con la máquina. Procuro mantenerme en movimiento para evitar el entumecimiento generalizado en el cuerpo. Sin dudas, es su aparición, plena y enigmática, suficiente estímulo para que pase por alto las inclemencias de una noche como ésta. Sólo quiero verla, una vez más contemplarla regando su argentino reflejo sobre el encrespado cause que la mece. Y, finalmente, ocurre. Lenta se asoma por encima de los densos grises que sucumben inexorables ante la magnitud incisiva de su resplandor de plata. Ella y yo en un diálogo sin palabras, magnífica, inalterable en su belleza. Rendida, me entrego a la custodia celosa de sus destellos, a solas, fascinada...





Basta un rumor entre las hojas,
el destello furtivo de una candileja,
la ráfaga lejana de aquella inolvidable rapsodia,
el aroma que trae la brisa nocturna
evocando dormidos silencios
que saben a olvidos,
que auguran encuentros...

Poesía es el nombre de este momento...




Es la fugacidad del tiempo, tal como la experimenta el humano, 
un privilegio a la vez que la causa de lamentos. 
La belleza de cada instante es tan sutil y efímera 
como el primer aliento que entrega una flor 
amaneciendo a las caricias del rocío, 
como ese primer rubor en las mejillas de la inocencia. 
Si no se está allí, en cuerpo y alma, para impregnarse de ella 
se esfuma, 
se escurre como los suspiros del enamorado, 
inasible...





Sentada en el suelo pues no uso silla. Basta inclinar a mi izquierda y levemente hacia atrás mi cabeza, alzar los ojos y dejar que mi inquietud se fugue en alas de las ansias con destino a un azul que es infinito sólo porque así lo intuye mi mirada, reflejo del íntimo cielo mío. Sobre lienzos de fina gasa me deslizo tan fascinada como ligera, en tanto en el pecho, aleteando, el corazón se me enciende como alondra vuelta estrella que a sus confines presiente que regresa. En un furtivo instante, un giro imprevisto de mi alma me devuelve tan fácil al encantado tapiz de mi infancia que, burlando la gris perspectiva de la lógica, me transporta en sus pliegues al encuentro de realidades veladas para descubrir lo inimaginable y, trasponiendo horizontes, a las puertas del Sol mismo me entrega.