Constelando en las ateridas ramas de un viejo olmo, resplandecen en la noche fría y oscura.
La marea ajetreada de una multitud sonámbula pasa a su lado sin reparar en la escena que está teniendo lugar. Detengo mi caminata por un momento y, de pie ante su presencia, en paz permanezco acompañándolas, conmovida. Está ocurriendo, así, tan simple, el encuentro de dos destellos de la Consciencia reflejados en las cristalinas aguas del Río que la Vida es. Hay emoción como un pájaro posado con sus alas desplegadas en el centro de mi pecho; hay gratitud... Cierro los ojos unos breves instantes para vislumbrar sus otras caras, las que se revelan sólo a mi mirada interna. Me están contemplando, me están susurrando el canto magnífico de la existencia que sabe amoroso, cálido, íntimo. Vuelvo la vista a ellas y extiendo mi mano para acariciarlas sellando el contacto. No hay momento, pienso, que guarde tanta magia como el del encuentro sincero de corazones que palpitan.
Un último roce de mis dedos, en sus mejillas, una sonrisa plena como sencilla ofrenda y retomo el rumbo hacia todos los destinos. Siete pasos doy y, sin poder, sin querer evitarlo, volteo una última vez a verlas. Recogidas en su propio encanto, se elevan silenciosas soñando el cielo.
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