Danzo con alegría nadando contra corriente, sin tiempos marcados por fríos relojes y limitantes calendarios, mientras voy al encuentro del otro y, en cada otro, al encuentro con migo misma, con los brazos abiertos, como se abren las puertas y ventanas de la casa, de par en par, un día cualquiera de sol, sin esperar permisos, sólo porque sí, porque lo siento y nace y brota inconteniblemente, pues… la vida es lo que ahora mismo está ocurriendo y no aguarda...
Celebro la fiesta íntima de ser con conciencia, así en el gozo como en el dolor y en la confusión, a cada instante, con cada respiración, desplegando la sonrisa, sin necesitar excusas para ofrecer la mano ni atender las barreras que la formalidad de la costumbre impone.
Danzo con alegría nadando contra corriente, sin tiempos marcados por fríos relojes y limitantes calendarios, mientras voy al encuentro del otro y, en cada otro, al encuentro con migo misma, con los brazos abiertos, como se abren las puertas y ventanas de la casa, de par en par, un día cualquiera de sol, sin esperar permisos, sólo porque sí, porque lo siento y nace y brota inconteniblemente, pues… la vida es lo que ahora mismo está ocurriendo y no aguarda...
Danzo con alegría nadando contra corriente, sin tiempos marcados por fríos relojes y limitantes calendarios, mientras voy al encuentro del otro y, en cada otro, al encuentro con migo misma, con los brazos abiertos, como se abren las puertas y ventanas de la casa, de par en par, un día cualquiera de sol, sin esperar permisos, sólo porque sí, porque lo siento y nace y brota inconteniblemente, pues… la vida es lo que ahora mismo está ocurriendo y no aguarda...
La Vida se revela en tantos niveles como, ni siquiera, llegamos a imaginarlo. Más allá de nuestra piel, hay infinitos "vecindarios", universos manifestados que cuentan, mayormente sin palabras, el argumento de la Creación desplegándose incesantemente.
Una mirada curiosa y ávida vuela y se posa en aquello que, para la mayoría distraída, queda totalmente relegado a un plano ignorado de la existencia. Así, lo que es fondo para tantos, se pone en el centro de la escena para unos pocos.
Toda historia inicia cuando hacemos foco.
Una mirada curiosa y ávida vuela y se posa en aquello que, para la mayoría distraída, queda totalmente relegado a un plano ignorado de la existencia. Así, lo que es fondo para tantos, se pone en el centro de la escena para unos pocos.
Toda historia inicia cuando hacemos foco.
La palabra llega viva cuando el oído interno se abre en disposición a escuchar con el corazón. Por pronunciarse sin preferencias, fluye, la Vida, en la boca del poeta y del místico tanto como pulsa en la de cualquiera, en la de todos, aún escondida en la voz del duro, del superficial, del indiferente, todavía, en la del que arrastra la intolerancia, del que ventila lo trivial, del que aúlla el dolor…
Quien cree hallar sólo a algunas de ellas vivificantes, muertas a las demás en sus propias cunas, está condicionando su escucha, oyendo a medias, plantándose en el umbral de la puerta, sin entrar hasta el núcleo de la casa, donde arde el leño en la hoguera, es olvidar los infinitos perfiles de la Maestría saludando desde cada rincón del camino común, es privarse del eco inconfundible del Alma vibrando, en cada cuerda humana, el Amor.
Quien cree hallar sólo a algunas de ellas vivificantes, muertas a las demás en sus propias cunas, está condicionando su escucha, oyendo a medias, plantándose en el umbral de la puerta, sin entrar hasta el núcleo de la casa, donde arde el leño en la hoguera, es olvidar los infinitos perfiles de la Maestría saludando desde cada rincón del camino común, es privarse del eco inconfundible del Alma vibrando, en cada cuerda humana, el Amor.
En toda manada hay un centinela, un individuo que, por alguna razón de índole evolutiva (no lo dudo), ha levantado la cabeza por sobre el lomo del resto para otear el horizonte, la mirada, puesta lejos.
Despabilarse tiene que ver con esto, con detener la inercia, dar un paso al costado para ganar perspectiva, salirse del surco prolijo y profundo que, como una herida, ha marcado, en la tierra, la marcha mecánica y desprovista de conciencia de una sociedad zombi, para recuperar el "íntimo" sentido de la libertad primordial.
Despabilarse tiene que ver con esto, con detener la inercia, dar un paso al costado para ganar perspectiva, salirse del surco prolijo y profundo que, como una herida, ha marcado, en la tierra, la marcha mecánica y desprovista de conciencia de una sociedad zombi, para recuperar el "íntimo" sentido de la libertad primordial.
Se adentra el Sol en el lejano horizonte de la urbe. De pie ante Él, contemplo el derrotero inevitable de su curso luminoso, un río encendido que arrima cobres y oros y bronces majestuosos a la orilla de su ocaso. El vientre del aire se ha poblado del vuelo ligero de bandadas de pájaros que rozan sus tardíos fulgores casi en un saludo místico. Ha sumado, la brisa, su impulso decidido al despliegue escandaloso de las alas, propagando trinos, resonando gorjeos, y, en el bálsamo dorado de las últimas flores del Fuego, se sumerge alucinada de lumbre.
Precisamente desde mi centro, desde donde la vida pulsa su soplo inextinguible, elevo en silencio la plegaria de mi palabra sutil y fecunda, una estrella que alcanza estos labios para dormirse allí, atardeciendo su propio crepúsculo.
Inclinando ahora su gentil rodilla sobre el horizonte va sumiéndose en el encanto de su propia fascinación, en tanto la tierra abre sus fauces para devorarlo lenta, cuidadosamente. Ocurre, entonces, un brevísimo instante de sosiego en el que la vida misma pareciera contener su aliento. Los matices se funden en aguados pasteles y se van desvaneciendo en el silencio que anticipa sombras. Es la hora de la muerte de las formas evaporándose en la oscuridad creciente. Sólo acaso reine una tenue transparencia de impalpable delicia impregnándolo todo, dando a luz el encanto, el ensueño en que seres casi míticos han de recobrar la vida...
Hombre de poder, cuerpo vacío de conciencia, arquitecto del entramado perverso de un mundo enfermizamente disonante. Ay, si no fuera por las mariposas...
La cínica mascarada social produce la sedosa baba conque envuelve a sus víctimas a partir de la desprevenida voluntad de aquellos cadáveres vivos que ya han sido engullidos por su implacable voracidad. Va filtrándose tan despaciosa, tan silenciosa y discretamente en la inmadurez humana desde el inicio de la persona, tanto así lo hace, digo, que, en la mayor parte de los casos, no es percibido su infame operativo sino hasta cuando ya es demasiado tarde como para forcejear y safar.
Con todo, algunos más lúcidos logran reaccionar a tiempo, sacar la cabeza de la pestilente bruma enriquecida con aromas embriagadores, alcanzar el aire puro y reconectar, intuitivamente, con el sentido esencial de la existencia. Entonces, dan el paso al costado que los deja fuera del curso, del derrotero ciego de la manada que camina hacia el despeñadero.
Cuando la trascendencia de un propósito de vida se cifra en la posesión de lo perecedero, en obtener el título honorífico de una carrera facultativa, en conseguir el más sustancioso sueldo, en formar una familia según tipo y usanza de la moda en curso, en comprar la casa de los sueños, el auto más caro, las vacaciones en tiempo compartido, los viajes según el standard que la hipocresía global impone, cuando se ha cumplido sistemática y obedientemente con todas las premisas de una sociedad civilizadamente avanzada, se llega al extremo vacío, el punto de quiebre, el lugar exacto más allá del cual se abre la garganta profunda del propio abismo.
Posiblemente, sea usted quien, al levantarse cada mañana, sienta, poniendo un pie en el suelo, el retumbo sofocado de su auténtica voz preguntándole ¿dónde quedó el azul del cielo?
Aquel que funciona desde la obsecuencia camina parado sobre los pies de terceros, autocondenado a la cobardía de copiar y repetir la palabra de otros, sin alcanzar nunca el propio horizonte.
El que da el paso desde su propia voz camina en soledad, aun cuando otros viajen a su lado, y, con igual valor, se atreve al error tanto como al acierto, sabiendo que en cualquiera de los casos todo cerrará en el aprendizaje de su autoReconocimiento.
El que da el paso desde su propia voz camina en soledad, aun cuando otros viajen a su lado, y, con igual valor, se atreve al error tanto como al acierto, sabiendo que en cualquiera de los casos todo cerrará en el aprendizaje de su autoReconocimiento.
El río convoca de un modo inexplicable. Hay un magnetismo que atrae hacia sí todas las sangres. Embelesa con su canto rumoroso, mientras devuelve a los ojos el reflejo de un alto azul inabarcable.
Sin darse cuenta uno, va quedando rendido a su contemplación, aquietando las propias aguas, despejando el íntimo puente que lleva hacia el propio encuentro.
En serena convivencia, las criaturas, el clamor sosegado de la Naturaleza trae el regalo de la calma.
Sin darse cuenta uno, va quedando rendido a su contemplación, aquietando las propias aguas, despejando el íntimo puente que lleva hacia el propio encuentro.
En serena convivencia, las criaturas, el clamor sosegado de la Naturaleza trae el regalo de la calma.
La experiencia humana es... un tránsito permanente desde luces a sombras, desde sombras a luces, a veces, sin siquiera los grises de las transiciones Y en ese devenir inevitable, se despliegan y definen nuestras alas, nos alzan en vuelo, nos posan en tierra, nos sostienen, embellecen, nos devuelven una y mil veces al curso inexorable de la Vida.
“Oh, caramba, ni un insecto esta mañana…“
En la terraza de mi casa de la infancia, en cuclillas me puse para fotografiar una flor pequeña que me hacía “ojitos” con sus desbordantes colores.
Fue entonces que una maripolilla llegó volando “no sé de dónde” (tal vez, vino en la palma de la mano de la Brisa), se posó en los delicados pétalos y giró su cabeza… para mirarme, dándome el tiempo necesario de reaccionar ante los hechos, cerrar la boca, enfocar y disparar. Suficientes 5 segundos y no más. Acto seguido, desplegó las alas y… fiuuuú…, volvió al seno del aire.
La realidad que “creamos” a diario es como esa criatura, se posa justo ahí donde repara nuestra atención.
¿Más claro?
Trascender las fronteras, comenzando por las propias, las íntimas, esas barricadas con que tabicamos el dolor y el miedo por no saber qué hacer con ellos. Integrar lo distinto, lo diverso, en el seno mismo del Amor que en nuestra fibra íntima pulsa. Comprender para abrazar el camino de la Unidad y recibir ese día en que, como un canto nuevo, surja de nuestro aliento esa voz cristalina proclamando...
"... No hay patria que me contenga. Habiendo atravesado la noche de las mezquindades, conciencia pura soy desde la misma esencia que me nutre y sostiene en mí la vida. Como caricia, cada pisada sobre el cuerpo de mi Madre me recuerda que soy bien amada. Los caminos todos que hasta ti me llevaron, ahora me están devolviendo al único sendero unificado y, libre como el aire, me expando en un abrazo infinito que crece desde mi región más íntima, allí donde un sol rige el poder y voluntad en cada criatura humana, vibrando en sintonía con los soles mayores, con el Ojo mismo de Dios..."
Aquietar las aguas mentales y emocionales para transparentarlas.
Mirar a través de ellas, hacer contacto con nuestro propósito más genuino, reconocernos en él y dejar que tal certeza reverbere en nuestro ser.
Lo que sigue será el asombro al contemplar cómo el Universo crea la matriz y pone en curso esa realidad para nosotros.
En la renovada Ópera prima que es tu camino, en el escenario que montás a diario para tejer la trama de tu historia, también sos el iluminador de cada escena. Ahí donde apuntás el reflector de tu atención, ahí se concetra la acción. Luego, sentado en la platea, lo que ves, ahora como espectador, no es otra cosa más que tu obra maestra.
Sintonizar con el conflicto o con la paz es una elección hecha desde la madurez de haber caminado la vida integrando cada experiencia. Entonces, se percibe la belleza en el afuera porque emana desde dentro, madurada como luz en la conciencia.
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