El que da el paso desde su propia voz camina en soledad, aun cuando otros viajen a su lado, y, con igual valor, se atreve al error tanto como al acierto, sabiendo que en cualquiera de los casos todo cerrará en el aprendizaje de su autoReconocimiento.
Aquel que funciona desde la obsecuencia camina parado sobre los pies de terceros, autocondenado a la cobardía de copiar y repetir la palabra de otros, sin alcanzar nunca el propio horizonte.
El que da el paso desde su propia voz camina en soledad, aun cuando otros viajen a su lado, y, con igual valor, se atreve al error tanto como al acierto, sabiendo que en cualquiera de los casos todo cerrará en el aprendizaje de su autoReconocimiento.
El que da el paso desde su propia voz camina en soledad, aun cuando otros viajen a su lado, y, con igual valor, se atreve al error tanto como al acierto, sabiendo que en cualquiera de los casos todo cerrará en el aprendizaje de su autoReconocimiento.
El río convoca de un modo inexplicable. Hay un magnetismo que atrae hacia sí todas las sangres. Embelesa con su canto rumoroso, mientras devuelve a los ojos el reflejo de un alto azul inabarcable.
Sin darse cuenta uno, va quedando rendido a su contemplación, aquietando las propias aguas, despejando el íntimo puente que lleva hacia el propio encuentro.
En serena convivencia, las criaturas, el clamor sosegado de la Naturaleza trae el regalo de la calma.
Sin darse cuenta uno, va quedando rendido a su contemplación, aquietando las propias aguas, despejando el íntimo puente que lleva hacia el propio encuentro.
En serena convivencia, las criaturas, el clamor sosegado de la Naturaleza trae el regalo de la calma.
La experiencia humana es... un tránsito permanente desde luces a sombras, desde sombras a luces, a veces, sin siquiera los grises de las transiciones Y en ese devenir inevitable, se despliegan y definen nuestras alas, nos alzan en vuelo, nos posan en tierra, nos sostienen, embellecen, nos devuelven una y mil veces al curso inexorable de la Vida.
“Oh, caramba, ni un insecto esta mañana…“
En la terraza de mi casa de la infancia, en cuclillas me puse para fotografiar una flor pequeña que me hacía “ojitos” con sus desbordantes colores.
Fue entonces que una maripolilla llegó volando “no sé de dónde” (tal vez, vino en la palma de la mano de la Brisa), se posó en los delicados pétalos y giró su cabeza… para mirarme, dándome el tiempo necesario de reaccionar ante los hechos, cerrar la boca, enfocar y disparar. Suficientes 5 segundos y no más. Acto seguido, desplegó las alas y… fiuuuú…, volvió al seno del aire.
La realidad que “creamos” a diario es como esa criatura, se posa justo ahí donde repara nuestra atención.
¿Más claro?
Trascender las fronteras, comenzando por las propias, las íntimas, esas barricadas con que tabicamos el dolor y el miedo por no saber qué hacer con ellos. Integrar lo distinto, lo diverso, en el seno mismo del Amor que en nuestra fibra íntima pulsa. Comprender para abrazar el camino de la Unidad y recibir ese día en que, como un canto nuevo, surja de nuestro aliento esa voz cristalina proclamando...
"... No hay patria que me contenga. Habiendo atravesado la noche de las mezquindades, conciencia pura soy desde la misma esencia que me nutre y sostiene en mí la vida. Como caricia, cada pisada sobre el cuerpo de mi Madre me recuerda que soy bien amada. Los caminos todos que hasta ti me llevaron, ahora me están devolviendo al único sendero unificado y, libre como el aire, me expando en un abrazo infinito que crece desde mi región más íntima, allí donde un sol rige el poder y voluntad en cada criatura humana, vibrando en sintonía con los soles mayores, con el Ojo mismo de Dios..."
Aquietar las aguas mentales y emocionales para transparentarlas.
Mirar a través de ellas, hacer contacto con nuestro propósito más genuino, reconocernos en él y dejar que tal certeza reverbere en nuestro ser.
Lo que sigue será el asombro al contemplar cómo el Universo crea la matriz y pone en curso esa realidad para nosotros.
En la renovada Ópera prima que es tu camino, en el escenario que montás a diario para tejer la trama de tu historia, también sos el iluminador de cada escena. Ahí donde apuntás el reflector de tu atención, ahí se concetra la acción. Luego, sentado en la platea, lo que ves, ahora como espectador, no es otra cosa más que tu obra maestra.
Sintonizar con el conflicto o con la paz es una elección hecha desde la madurez de haber caminado la vida integrando cada experiencia. Entonces, se percibe la belleza en el afuera porque emana desde dentro, madurada como luz en la conciencia.
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