Un niño.
Un niño tiene ganas de dibujar
una manzana azul,
azul profundo, como de Universo
recién gestado.
“¡Pero en qué cabeza cabe
una manzana azul!
¡No te permito!
¡No te escapes!
¡No divagues!
¡No vuelvas a mostrarme
sino la roja manzana de la realidad!”
Un niño posterga.
No.
Un niño sacrifica
su manzana azul,
su ilusión azul …
Un niño.
Un niño ha descubierto dentro suyo
una voz.
Fresca. Limpia.
La propia voz.
“¡Castigo tu audacia!
¡La osadía de tu atrevimiento
has de pagar muy cara y,
de ahora en más,
repetirás la palabra de los grandes!”
Un niño asiste al suicidio
de su esperanza.
Un niño.
Sin voz.
Sin colores.
Sin alma.
Un niño.
Un niño se hace hombre.
El hombre compra,
en cuotas ajustables,
las cadenas con que atará su destino.
Un hombre.
Sin alas,
rodeado de encarnadas manzanas,
con una voz prestada.
Perdón.
Alquilada.
Un hombre.
Testigo, jamás protagonista.
Un hombre.
Un hombre se hace anciano.
Un anciano.
Un estorbo mayúsculo.
“¡Este viejo está loco!
¡No diga pavadas!
¡No moleste y siéntese al sol!”
Un sol que no calienta.
Un sol que no ilumina.
Un sol que no engendra.
Un anciano.
Un tiempo.
Un montón de huesos.
Olvido.
Nada.
Un niño.
Un niño durmiendo.
Una pesadilla:
niño, hombre, anciano, huesos,
grises, sombra, despojo, silencio.
Un niño despierta y
grita.
Grita.
¡GRITA!
Un niño que grita.
No todo está perdido
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