Más de una vez (muchas más), ocurre que, en la quietud, en la calma posterior a las tormentas, da uno con tales razones, escondidas como se encuentran en obsoletos rincones anquilosados de nuestra historia personal, durmiendo, anestesiadas, sobre polvorientas estanterías desatendidas y olvidadas. Traer esas antiguas causas a la luz a partir de una toma de conciencia, ponerlas afuera nos otorga perspectiva y, en la distancia emocional y mental, la redimensión de la situación ocurre de un modo espontáneo y natural.
Concedernos el llanto es permitirnos crecer acompañando nuestros propios procesos, volviéndonos, así, compasivos y amorosos con nuestro "único tripulante" a bordo de la "Nave".
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