𝗟𝗮 𝘁𝗿𝗮𝘃𝗲𝘀í𝗮 𝗱𝗲𝘀𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝗶𝗹𝘂𝘀𝗶ó𝗻 𝗮𝗹 𝗶𝗻𝘀𝘁𝗮𝗻𝘁𝗲 𝘀𝗮𝗻𝘁𝗼
𝘕𝘰𝘤𝘩𝘦 𝘥𝘦 𝘱𝘢𝘻. 𝘕𝘰𝘤𝘩𝘦 𝘥𝘦 𝘢𝘮𝘰𝘳...
… Sin embargo, el verdadero fundamento de estas fiestas que se avecinan, tan í𝘯𝘵𝘪𝘮𝘰 y 𝘴𝘶𝘴𝘵𝘢𝘯𝘤𝘪𝘢𝘭 como es, queda completamente desdibujado, ignorado, colgando de una hilacha sobre el abismo que abren las mil pretensiones fútiles del mundo. Que dónde será la reunión, que cuál será el menú a preparar, que quién se encargará de comprar qué regalos para los invitados; que el pedido en la carnicería, el turno en el horno de la panadería, el cálculo de las bebidas (“¡compremos de más, no vaya a ser cosa que falte!”), que el atuendo de moda para dar que hablar a la concurrencia, que la música para aturdir la velada, que pitos y flautas… Todas estas y tantas otras veleidades puestas por delante, pasan a convertirse en “el motivo sustituto” del encuentro. Completan esta decadente estampa costumbrista los roces más o menos discretos entre cuñadas, las peleas por fronteras, los enconos ideológicos por “el” partido político, “el” cuadro de fútbol y, desde luego, la loca carrera por devorar los suculentos manjares a tiempo, de modo de cumplir con las consabidas convenciones del caso que demandan esperar las 12 campanadas ya con el dedo en el corcho, “como corresponde”, listas las copas para la próxima tanda embriagadora de la noche. Y sigue así el corso hasta que, en el correr de las horas, el entusiasmo decae, los alientos se van agotando, los vahos del alcohol se suben definitivamente a la cabeza y la modorra gana por cansancio. Cada carancho, a su rancho, a hundir en la almohada el acallado desencanto de seguir perdurando en la dimensión de la cenicienta inconsciencia que nos ha distraído, una vez más, de lo trascendental.
No obstante, cualquier momento podría devenir en la ocasión perfecta para dar un giro imprevisto a los históricos condicionamientos de nuestro piloto automático y, precisamente, es por eso por lo que curso a quien sienta que puede necesitarlo esta invitación:
… 𝘥𝘦𝘵𝘦𝘯𝘦𝘵𝘦, 𝘫𝘶𝘴𝘵𝘰 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢, 𝘫𝘶𝘴𝘵𝘰 𝘢𝘩í 𝘥𝘰𝘯𝘥𝘦 𝘦𝘴𝘵á𝘴, 𝘴𝘪𝘯 𝘱𝘳𝘦𝘵𝘦𝘹𝘵𝘰𝘴. 𝘊𝘦𝘯𝘵𝘳𝘢𝘵𝘦, 𝘴𝘰𝘭𝘵á 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘦𝘭 ú𝘭𝘵𝘪𝘮𝘰 𝘩á𝘭𝘪𝘵𝘰, 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘦𝘯𝘦𝘵𝘦 𝘶𝘯𝘰𝘴 𝘴𝘦𝘨𝘶𝘯𝘥𝘰𝘴 𝘺 𝘢𝘣𝘳í 𝘵𝘶𝘴 𝘧𝘰𝘴𝘢𝘴 𝘯𝘢𝘴𝘢𝘭𝘦𝘴 𝘢 𝘱𝘭𝘦𝘯𝘰, 𝘦𝘯𝘴𝘢𝘯𝘤𝘩𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘵𝘶𝘴 𝘧𝘶𝘦𝘭𝘭𝘦𝘴 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘵𝘰𝘮𝘢𝘳 𝘵𝘰𝘥𝘰 𝘦𝘭 𝘢𝘪𝘳𝘦, 𝘛𝘖𝘋𝘖 𝘦𝘭 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘶𝘦𝘥𝘢𝘴, 𝘤𝘰𝘯 𝘢𝘯𝘴𝘪𝘢𝘴, 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘴𝘪 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘢 𝘵𝘶 𝘗𝘙𝘐𝘔𝘌𝘙 𝘙𝘌𝘚𝘗𝘐𝘙𝘖, 𝘦𝘭 𝘲𝘶𝘦 𝘥𝘢𝘴 𝘷𝘰𝘭𝘶𝘯𝘵𝘢𝘳𝘪𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘙𝘌𝘕𝘈𝘊𝘐𝘌𝘕𝘋𝘖 𝘢 𝘶𝘯𝘢 𝘕𝘜𝘌𝘝𝘈 𝘝𝘐𝘋𝘈. 𝘠, 𝘮𝘪𝘦𝘯𝘵𝘳𝘢𝘴 𝘦𝘭 𝘪𝘯𝘩𝘢𝘭𝘢𝘳 𝘺 𝘦𝘹𝘩𝘢𝘭𝘢𝘳 𝘤𝘰𝘮𝘪𝘦𝘯𝘻𝘢𝘯 𝘢 𝘰𝘤𝘶𝘳𝘳𝘪𝘳 𝘦𝘴𝘱𝘰𝘯𝘵á𝘯𝘦𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘭 𝘰𝘭𝘦𝘢𝘫𝘦 𝘮𝘢𝘯𝘴𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘮𝘢𝘳, 𝘱𝘦𝘳𝘮𝘢𝘯𝘦𝘤é 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘦𝘮𝘱𝘭á𝘯𝘥𝘰𝘵𝘦 í𝘯𝘵𝘪𝘮𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦, 𝘳𝘦𝘤𝘰𝘯𝘦𝘤𝘵𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘤𝘰𝘯 𝘦𝘭 𝘭𝘢𝘵𝘪𝘥𝘰 𝘷𝘪𝘵𝘢𝘭 𝘥𝘦 𝘵𝘶 𝘤𝘰𝘳𝘢𝘻ó𝘯 𝘱𝘶𝘭𝘴𝘢𝘯𝘵𝘦. 𝘈𝘲𝘶𝘪𝘦𝘵𝘢𝘥𝘰, 𝘴𝘦𝘳𝘦𝘯𝘰, 𝘪𝘯𝘮𝘦𝘳𝘴𝘰 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘴𝘦𝘯𝘰 𝘮𝘪𝘴𝘮𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘴𝘪𝘭𝘦𝘯𝘤𝘪𝘰, 𝘴𝘪𝘯𝘵𝘰𝘯𝘪𝘻á 𝘤𝘰𝘯 𝘤𝘢𝘥𝘢 𝘦𝘹𝘱𝘳𝘦𝘴𝘪ó𝘯 𝘥𝘦 𝘷𝘪𝘥𝘢 𝘢 𝘵𝘶 𝘢𝘭𝘳𝘦𝘥𝘦𝘥𝘰𝘳, 𝘤𝘰𝘯 𝘤𝘢𝘥𝘢 𝘤𝘳𝘪𝘢𝘵𝘶𝘳𝘢, 𝘤𝘰𝘯 𝘤𝘢𝘥𝘢 𝘤𝘪𝘳𝘤𝘶𝘯𝘴𝘵𝘢𝘯𝘤𝘪𝘢, 𝘤𝘰𝘯 𝘭𝘢 𝘦𝘹𝘪𝘴𝘵𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢 𝘮𝘪𝘴𝘮𝘢, 𝙝𝙖𝙗𝙞𝙩á 𝙩𝙪 𝙞𝙣𝙨𝙩𝙖𝙣𝙩𝙚 𝙨𝙖𝙣𝙩𝙤. 𝘌𝘯𝘵𝘰𝘯𝘤𝘦𝘴, 𝘤𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘭𝘰 𝘥𝘪𝘴𝘱𝘰𝘯𝘨𝘢𝘴, 𝘳𝘦𝘨𝘳𝘦𝘴á 𝘢𝘮𝘢𝘣𝘭𝘦𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘭𝘢 𝘢𝘵𝘦𝘯𝘤𝘪ó𝘯 𝘢 𝘵𝘶 𝘤𝘶𝘦𝘳𝘱𝘰, 𝘢𝘭 𝘦𝘯𝘵𝘰𝘳𝘯𝘰, 𝘢 𝘵𝘶 𝘱𝘳𝘦𝘴𝘦𝘯𝘵𝘦, 𝘢𝘣𝘳í 𝘴𝘶𝘢𝘷𝘦𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘰𝘫𝘰𝘴, 𝘴𝘰𝘴𝘵𝘦𝘯é 𝘭𝘢 𝘤𝘢𝘭𝘮𝘢, 𝘪𝘳𝘳𝘢𝘥𝘪á 𝘭𝘢 𝘨𝘳𝘢𝘵𝘪𝘵𝘶𝘥.
Este es el estado desde el que se alcanza la 𝘤𝘰𝘯𝘴𝘤𝘪𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢 𝘤𝘳í𝘴𝘵𝘪𝘤𝘢, la 𝘤𝘰𝘮𝘱𝘳𝘦𝘯𝘴𝘪ó𝘯 𝘥𝘦 𝘯𝘶𝘦𝘴𝘵𝘳𝘢 𝘯𝘢𝘵𝘶𝘳𝘢𝘭𝘦𝘻𝘢 𝘥𝘪𝘷𝘪𝘯𝘢, 𝘢𝘮𝘰𝘳𝘰𝘴𝘢, 𝘤𝘰𝘮𝘱𝘢𝘴𝘪𝘷𝘢, el punto de inflexión a partir del cual dejamos atrás creencias limitantes para 𝘢𝘴𝘶𝘮𝘪𝘳 𝘭𝘢 𝘭𝘪𝘣𝘦𝘳𝘵𝘢𝘥 𝘪𝘯𝘩𝘦𝘳𝘦𝘯𝘵𝘦 que nos cabe por 𝘚𝘌𝘙 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘯𝘦𝘴 𝘚𝘖𝘔𝘖𝘚.
Desde una í𝘯𝘵𝘪𝘮𝘢 𝘺 𝘤𝘳𝘶𝘤𝘪𝘢𝘭 𝘛𝘖𝘔𝘈 𝘥𝘦 𝘊𝘖𝘕𝘚𝘊𝘐𝘌𝘕𝘊𝘐𝘈, el disolver la burbuja que nos mantiene olvidados del 𝘴𝘦𝘯𝘵𝘪𝘥𝘰 𝘦𝘹𝘤𝘦𝘭𝘴𝘰 𝘺 𝘱𝘳𝘰𝘧𝘶𝘯𝘥𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘯𝘵𝘳𝘢ñ𝘢 𝘭𝘢 𝘝𝘪𝘥𝘢 y de 𝘯𝘶𝘦𝘴𝘵𝘳𝘰 𝘱𝘢𝘱𝘦𝘭 𝘦𝘯 𝘦𝘴𝘢 𝘌𝘹𝘲𝘶𝘪𝘴𝘪𝘵𝘢 𝘚𝘪𝘯𝘧𝘰𝘯í𝘢, 𝘥𝘦 𝘦𝘴𝘰 𝘴𝘦 𝘵𝘳𝘢𝘵𝘢 𝘭𝘢 𝘦𝘹𝘱𝘦𝘳𝘪𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢 𝘩𝘶𝘮𝘢𝘯𝘢: 𝙙𝙚𝙨𝙥𝙚𝙧𝙩𝙖𝙧 𝙙𝙚𝙡 𝙚𝙣𝙨𝙪𝙚ñ𝙤 𝙙𝙚 𝙡𝙖 𝙨𝙚𝙥𝙖𝙧𝙖𝙘𝙞ó𝙣, 𝙧𝙚𝙘𝙤𝙧𝙙𝙖𝙧 𝙡𝙤 𝙚𝙨𝙚𝙣𝙘𝙞𝙖𝙡 𝙮 𝙜𝙖𝙣𝙖𝙧 𝙘𝙤𝙧𝙙𝙪𝙧𝙖 𝙥𝙖𝙧𝙖 𝙚𝙣𝙘𝙖𝙢𝙞𝙣𝙖𝙧 𝙙𝙚𝙘𝙞𝙙𝙞𝙙𝙖𝙢𝙚𝙣𝙩𝙚 𝙣𝙪𝙚𝙨𝙩𝙧𝙤 𝙧𝙪𝙢𝙗𝙤 𝙥𝙤𝙧 𝙚𝙡 𝙍𝙚𝙘𝙩𝙤 𝙎𝙚𝙣𝙙𝙚𝙧𝙤, 𝙚𝙡 𝙦𝙪𝙚 𝙨𝙚 𝙖𝙡𝙞𝙣𝙚𝙖 𝙘𝙤𝙣 𝙡𝙖 𝙑𝙚𝙧𝙙𝙖𝙙 𝙙𝙚𝙡 𝙀𝙨𝙥í𝙧𝙞𝙩𝙪, 𝙚𝙡 𝙦𝙪𝙚 𝙝𝙖 𝙙𝙚 𝙙𝙚𝙫𝙤𝙡𝙫𝙚𝙧𝙣𝙤𝙨 í𝙣𝙩𝙚𝙜𝙧𝙤𝙨 𝙮 𝙚𝙫𝙤𝙡𝙪𝙘𝙞𝙤𝙣𝙖𝙙𝙤𝙨 𝙖𝙡 𝙃𝙤𝙜𝙖𝙧.
(imagen tomada de la Web)
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