Inclinando ahora su gentil rodilla sobre el horizonte va sumiéndose en el encanto de su propia fascinación, en tanto la tierra abre sus fauces para devorarlo lenta, cuidadosamente. Ocurre, entonces, un brevísimo instante de sosiego en el que la vida misma pareciera contener su aliento. Los matices se funden en aguados pasteles y se van desvaneciendo en el silencio que anticipa sombras. Es la hora de la muerte de las formas evaporándose en la oscuridad creciente. Sólo acaso reine una tenue transparencia de impalpable delicia impregnándolo todo, dando a luz el encanto, el ensueño en que seres casi míticos han de recobrar la vida...



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