Son de los niños las alas 
con que se alcanza 
la estrella 
más bella, 
aquella 
allende la voluntad 
del adulto más pintado.

Son de los niños las manos
con que se amasan
los sueños
sin dueños,
pequeños
universos magníficos 
que el adulto no conquista.

Son de los niños los trinos
con que se tejen
sus risas
sin prisas,
con brisas
que acarician realidades 
que el adulto no vislumbra.

Son de los niños los ojos
con que se espeja
el brillo,
un grillo,
diablillo
que le hace cosquilla al adulto
escondido tras sus miedos.

Ay, del adulto dormido
que, entre las sombras,
sumido,
perdido,
hundido,
ya no recuerda al niño 
que, aún, habita su jardín interno...





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