Madrugada del martes 15 de Abril de 2014.

De pie ante el cielo, la vista atenta, puesta en lo alto, oteo cuidadosamente su cara iluminada a la espera de indicios. Simultáneamente, busco variar mi perspectiva para percibir la misma escena ante mí, pero desde un ángulo visual extraplanetario, observadora circunstancial de un sustancial evento que hace a la dinámica cósmica.
Para ello, es necesario que ubique, en mi pantalla mental, los cuerpos celestes en cuestión, como bailarines de una danza que habrá de dar origen, en los próximos momentos, a un impactante juego de sombras: la Tierra eclipsando la Luna al pasar entre ésta y el Sol, alineados los tres astros, desde sus centros, por una línea virtual casi perfecta.
No es frecuente que, estando la Luna en fase plena, es decir en oposición al Sol respecto de la Tierra, intersecte con su órbita, en un punto llamado "nodo", el plano de la órbita que nuestro planeta describe en su desplazamiento alrededor de la Estrella. Tal condición es fundamental y necesaria para que el satélite quede eclipsado al atravesar, circunvalando la Tierra, el área de penumbra que ésta proyecta hacia el espacio infinito, a la vez que es la causa por la que no se producen eclipses lunares en cada plenilunio.
Como ocurre en la evolución de todo proceso, habrá estadios, etapas en este fenómeno astronómico. Irá turbándose su luz hasta sumergir su cuerpo en el corazón de la umbra, la zona más densa del cono de sombra y se tornará su faz del color de la tierra arcillosa, un anaranjado pardo, apagado, en primera instancia, encendido, luego. Al cabo de algo más de una hora, lenta y progresivamente, emergerá de la cerrada oscuridad, recuperando su brillo y fulgor hasta, ya próxima al alba, desaparecer bajo el horizonte poniente.

Una ráfaga de aire frío me despabila y trae de regreso de mis elucubraciones.
Recupero mi foco. Spica, la acompaña, próxima a su izquierda. Por debajo y algo distante, Marte soporta la armonía, compensando el cuadro.
Cámara en mano, lista para registrar los acontecimientos. Y, en el profundo silencio creciente, me vuelvo testigo y cómplice del devenir del Universo...




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