A pesar del espeso manto de nubes que cubre el cielo sobre el horizonte y parte de la cúpula, apuro la marcha. Algo me dice que, con todo, no será esquiva a mi seducida mirada. Las calles se ven desnudas de la muchedumbre que habitualmente las colma. El frío intenso ha acobardado voluntades, las ha puesto tras las puertas, al amparo de algún radiador, de alguna hoguera. Un silencio reverencial crece en mí a medida que me acerco a las Grandes Aguas. Me detengo junto a la orilla del río. Con mi vista fija en lo alto escudriño buscando referentes: sobre el oeste y por encima de unas gruesas hilachas azuladas recortadas contra los últimos cobres del crepúsculo, distingo a Venus; para esta misma hora respecto de hace unos siete día atrás, se hace notorio su ascenso y desplazamiento alejándose cada vez más de las luces del poniente. Mucho más elevado y hacia la izquierda del lucero, está Saturno. Adar, Alpha Centauri y la Cruz del Sur van haciéndose visibles por entre los apretados nubarrones que comienzan a desgarrarse ante los primeros fulgores blanquecinos que ya la anticipan... Intento algunas tomas. La brisa gélida desde el Paraná irrumpe mordisqueando mis dedos que van perdiendo sensibilidad al roce con la máquina. Procuro mantenerme en movimiento para evitar el entumecimiento generalizado en el cuerpo. Sin dudas, es su aparición, plena y enigmática, suficiente estímulo para que pase por alto las inclemencias de una noche como ésta. Sólo quiero verla, una vez más contemplarla regando su argentino reflejo sobre el encrespado cause que la mece. Y, finalmente, ocurre. Lenta se asoma por encima de los densos grises que sucumben inexorables ante la magnitud incisiva de su resplandor de plata. Ella y yo en un diálogo sin palabras, magnífica, inalterable en su belleza. Rendida, me entrego a la custodia celosa de sus destellos, a solas, fascinada...




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