Una manada de ellas trashuma en silencio por el corredor altísimo de un azul impecable. Lento avanzan y sin pausa, recordándole a quien presta su mirada que es el devenir sustancia de la existencia, que es esquiva la permanencia del hombre sobre la tierra, que sólo perdura perfecta en sí misma la Primera Causa. Hijas purísimas del Aire, pacen en la vastedad casi infinita de la celeste llanura como resplandecientes vacas sagradas. Y es su altar y su morada el seno mismo de la Creación imperturbable.




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