Sentada en el suelo pues no uso silla. Basta inclinar a mi izquierda y levemente hacia atrás mi cabeza, alzar los ojos y dejar que mi inquietud se fugue en alas de las ansias con destino a un azul que es infinito sólo porque así lo intuye mi mirada, reflejo del íntimo cielo mío. Sobre lienzos de fina gasa me deslizo tan fascinada como ligera, en tanto en el pecho, aleteando, el corazón se me enciende como alondra vuelta estrella que a sus confines presiente que regresa. En un furtivo instante, un giro imprevisto de mi alma me devuelve tan fácil al encantado tapiz de mi infancia que, burlando la gris perspectiva de la lógica, me transporta en sus pliegues al encuentro de realidades veladas para descubrir lo inimaginable y, trasponiendo horizontes, a las puertas del Sol mismo me entrega.






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