Paseaba, hace de esto, ya, algunos cuantos crepúsculos, por una de las tantas calles céntricas de Rosario, a pocas cuadras de alcanzar los estribos del Paraná.
La noche iba entornándole los párpados a una jornada densa y agobiante que había traído consigo calores a destiempo para aquel temprano mes de agosto. Por doquier, quien no iba, volvía de sus últimos ajetreos del día, en un deambular de rutinas: el músculo y la mente, todavía activos; la consciencia, adormecida…

A cierta distancia, por delante de mí, de pie en la puerta de un comercio de pastas caseras, una joven cargada de bolsos con compras hablaba por celular, mientras un nene como de 4 años de edad que, supuse, sería su hijo se enmarañaba entre sus piernas, aburrido de esperarla.
Se les aproximaban otras dos muchachas portando un cochecito con un bebé, sumidas, ellas, en una conversación que las traía entretenidas y risueñas.
En tanto ocurrían los devaneos de una y otras, tuvo lugar un milagro que no pasó desapercibido a mi mirada y corazón. El niño, que observaba atento el entorno, completamente “presente en su momento”, reparó, de pronto, en el carrito que se acercaba y, sin titubeos, movido por algún resorte bien distinto y distante de los condicionamientos aprendidos, casi de un salto, se le abalanzó y, en un gesto de espontánea fraternidad, se detuvo justo ante el tripulante de abordo: su carita, resplandeciente; su aire, exaltado; chispeantes, esos embelesados ojos enormes… Alineadas, las miradas, se sostuvieron en el más sereno, puro e imperturbable silencio por un tiempo sin medida. Y, en contemplación, pude sentir rasgarse el velo de las triviales apariencias que alimenta y sostiene este mundo superfluo y, por tal bendita brecha, irradiar su Luz el Espíritu, en ese instante sagrado.
Las mujeres fueron complacientes (¡¡gracias, por eso!!) y, pausando brevemente sus quehaceres, facilitaron con amabilidad tan preciosa 𝘙𝘌unión, un 𝘙𝘌encuentro entre “presuntos desconocidos” que prescindió absolutamente de innecesarias razones de ser, una oportunidad para el Alma Humana, empapada de Niñez, de 𝘙𝘌conocerse a Sí Misma y 𝘙𝘌conectarse desde la “gigante envergadura” de esos corazoncitos pulsantes y tibios, sensibles y dóciles al íntimo y profundo llamado de lo divino.

Conmovida, pasé junto a la escena, dejé a su vera una sonrisa agradecida por la vivencia reveladora y seguí camino, atesorando la experiencia.
A cada paso que daba, reverberaba en mi conciencia… “Y o  
s o y  
o t r o  t ú”.

(imagen tomada de la web)




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