Sentada en el suelo, junto al ventanal, me deleitaba observando un espectáculo ponderoso que me elevaba sin prisas a la excelsa frecuencia de la Creación.
Así sumida, prolongué varios segundos más la contemplación del atardecer, allá lejos, tras los tejados, entre las ramas despojadas de los árboles, en medio de un cielo increíblemente aturquesado. Y, en lo alto, coronaban unas nubes majestuosas, matizando tan exquisitamente el conjunto que se hubiese dicho, sin dudas, que habían sido esbozadas por la mano de una diosa.

En este estado introspectivo fue que cerré mis ojos y, espontáneamente, vi lo que, a continuación, relato: … eran dos "neuronas" doradas y resplandecientes, conectadas, desde sus axones, sobre un fondo negro. La que ocupaba el centro del cuadro era un poco más grande que la segunda, ubicada por encima de esta y algo a su izquierda, rodeadas ambas de un fino entramado de hilos de luz áurea, la misma que destellaban estos cuerpos estrellados. El entendimiento de lo que vivenciaba era inherente al evento, de modo que "sabía" que la que nucleaba era “el corazón” y la otra, “la razón”. Esta última operaba en función de la primera y las dos, solidariamente conectadas, se intercomunicaban y consustanciaban, se retroalimentaban pulsando al unísono, refulgentes, mientras el luminoso flujo circulaba hacia todo el sistema por ese puente establecido y por la delicada urdimbre de cordones y filamentos que las rodeaba.
Me di cuenta de que estaba teniendo una experiencia reveladora y vivificante. Completamente imbuida, continué presenciando la escena viviente, palpitante, hasta que, al fin y de manera natural, fue desvaneciéndose.

La analogía se presenta clara y el simbolismo que entraña, aún en un nivel intuitivo, se deja comprender fácilmente: al forjarse la “unidad razón-corazón”, estos dos componentes se sintonizan e integran para funcionar inteligente y sensiblemente, estableciéndose un saludable diálogo interno, una cooperación que nos pone en estado de coherencia que ha de manifestarse en nuestro quehacer cotidiano, en pos de alcanzar una vida de interacciones consciente y plena.
En cambio, cuando la mente se halla secuestrada por recuerdos dolorosos del pasado, por condicionamientos y creencias limitantes, entonces, la razón reclama la supremacía sobre el corazón, se vuelve anárquica y se impone, impidiendo el vínculo, estancándose, en consecuencia, el fluir de la consciencia de ser que irriga y nutre. Ocurre, pues, que esa expresión unificada que es la sagrada comunión entre estas dos instancias se malogra, quedando divididos en nosotros mismos, divorciados, fragmentados…

Lograr identificar este estado de cosas nos permite revisar aquellas pautas conductuales obsoletas que operan en nuestra individualidad, entender sus causas y amarlas para sanar la historia personal, liberándonos de tales ataduras. Solo así, reactivar la conexión empática entre nuestro centro cordial y el intelecto se vuelve una realidad.

Permanecí unos instantes más, en silencio y gratitud, aquilatando la enseñanza, inmersa en mi sentir más íntimo. Tomé un respiro hondo y pausado y, en profunda calma, devolví lentamente la mirada al afuera. Tras los cristales, los últimos resplandores del ocaso iban sembrando la noche…




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