Voy a contarles un cuento breve. Tan breve que, cuando reaccionen, pensarán si, en verdad, hubo tal cuento o sólo fue un soplido del alma. Y, para dar comienzo al relato, con el permiso de ustedes, voy a pronunciar las palabras mágicas:
“ … HABÍA UNA VEZ … un mundo al revés. Se caminaba con las manos. Se pensaba con los pies. Un Sol rojo y enorme que, de tan grande, valía por diez ardía durante la noche que duraba medio mes. Y, después, en el otro
medio mes venía la luna con su cara de aceituna, dueña y señora del día, siempre tan pálida y fría meciéndose como una cuna.
En este tonto mundo vivía un vagabundo. Un loco lindo, solitario, hecho de sueños, canto de grillos, capitán de bergantines de papel de diario. Aunque dinero no tenía igualmente sonreía y todo lo que poseía era pura poesía.
Mas sucedió que, un día, mientras dormía, vio desfilar en su sueño un barquito muy pequeño que él mismo conducía (“¿A dónde iría?”, se preguntaba muy serio). Y resultó que este navío atravesaba el mar bravío porque su gran marinero, de poderoso atavío, andaba en busca de Clía, sirenita de aguas frías que de una leyenda salía, de esas que cuenta el abuelo.
Del cielo se descolgaban y en el agua se caían infinitas estrellas que al navegante guían. Mucho surcó el viajero sin encontrar compañía, mas, en medio de vendavales, por vencido no se tenía.
Y, como EL QUE BUSCA ENCUENTRA, al final de la travesía, habiendo perdido ya la cuenta de las noches y los días, vio a Clía. ¡La armonía! ¡Un espejismo! Su belleza relucía. Y, mientras se sonreía, cantaba con la dulzura que sólo un alma tan pura en su corazón tendría. La miraba el marinero. De rodillas caía y la contemplaba en silencio pues no comprendía que existiese criatura de tan magnífica figura.
“¡Ay, qué inalcanzable pareces, sirenita de aguas frías! Mas hasta ti he de llegar y mi vida te he de entregar”, se decía.
Lo que el capitán no sabía es que Clía vivía esperando aquel momento en que el amor llegaría para decirle: “¿Quieres ser mía?”
Y, cuando el aventurero se disponía a rozar la visión aquella, con lágrimas en los ojos despertaba el soñador de un sueño que se moría. Un rayo de luz de luna se clavó en su dolor hondo. Aturdido sentía como un aleteo que del corazón venía. Sintió este trotamundos lleno de dulces locuras que se caía del mundo. Ahora, de sueños, vacío.
Quiso hablar, mas sólo pudo llorar. Ya la vida se apagaría lejos de aquella mar.
Pero en este loco mundo donde todo está al revés, a la vuelta de una esquina, encontró aquel vagabundo un nuevo rumbo hacia las aguas frías. En las sienes le latía la desmesurada manía de presentir que algo para siempre perdido nuevamente encontraría. Y corrió sobre el mar de estrellas. Y fue que, sobre una roca, avistó a Clía que le sonreía porque, esta vez, no se iría.
¡Qué alegría poder terminar un cuento de esperanzas y lamentos con un dulce final!


Y tú, amigo mío, si un sueño has perdido, respira hondo, profundo, no te vayas a caer. Pues a lo largo del camino, a la vuelta de una esquina, otro teñido de vida se te ha de devolver.




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